Concurso literario Gran Cervantes del colegio. Relato Ganador

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Hola a todos. Como bien sabéis se ha realizado entre los alumnos de secundaria  y bachillerato un concurso literario, y en la modalidad de Gran Cervantes ha resultado ganador el relato del alumno de primero de bachillerato Tytus Niewiadomski, con el título “Las Cajas”. Leedlo porque es muy bueno.

 

Las cajas

 

La vida de Luis era un auténtico infierno. Fracasó como padre en un matrimonio que nunca tuvo que haber empezado, sus supuestos “proyectitos” con lo que soñaba día y noche llevaron a la quiebra a la familia, y esta se endeudaba cada vez más, como una bola de nieve rodando por un barranco con unas buenas vistas a la pobreza máxima. Además, para variar, el trabajo al que acudía era insoportablemente deprimente y el hecho de que la custodia de su hijo, que era su única fuente de luz y alegría, pudiese ser arrebatada gracias a su mujer por un supuesto maltrato infantil que nunca ocurrió… no ayudaba nada a su estado mental. Pero todo cambió ese día, el día en el que todo se torció por completo…

La ruidosa orquesta de cláxones rebotaba en las paredes de la vieja Madrid, el día nublado solo permitía el paso a unos pocos rayos de luz, yo me encontraba embobado mirando en la lejanía a un pobre hombre vestido con ropas sucias y mugrientas rogando por unas monedas para poder comprar un poco de comida. Pronto volví a la normalidad y reanudé mi camino, ese día estaba más inspirado de lo normal. Mientras me replanteaba mi vida, una voz proveniente de un callejón invadió mi consciencia. No recuerdo muy bien lo que me decía, solo sé que me poseyó y me hizo caminar hacia ella como un egipcio hipnotiza a una cobra con su flauta. Tras unos interminables 7 metros, encontré la fuente de esa misteriosa voz, un anciano con una deslumbrante manta roja sobre él. Estaba sentado con las piernas cruzadas mirando pacientemente a la pared que tenía justo al frente, ignorando mi presencia totalmente. Pero eso no era todo, una torre enorme de cajas de cartón inexplicablemente limpias se encontraba bajo sus pies. Nada tenía sentido. Mis limitados conocimientos lingüísticos identificaron el latín de las palabras del anciano. Sus ojos sin vida me fijaron y empezó a susurrar cosas mientras su tono de voz empezó a subir hasta el punto en el que su boca se empezó a llenar de sangre. Mi cuerpo estaba paralizado, algo me impedía moverme. De pronto, su preciosa manta empezó a arder y con ella el hombre y todas las cajas. El anciano empezó a agonizar de dolor mientras anclaba la vista en mí. Al rato, sus llantos desaparecieron dejando detrás de sí una mancha de ceniza. Hui de ese callejón todo lo rápido que pude.

No le intenté buscar mucho el sentido a lo que acabo de pasar; pero las voces de aquel hombre se repetían sin cesar en mi mente. Al volver a mi piso me encontré una caja de cartón idéntica a la del callejón, postrada en mi puerta. Mi corazón se aceleró. Mi agitado pulso cogió un cuchillo y cortó la cinta que rodeaba la caja para permitirme ver la que contenía esta…Y recordé con un suspiro y pasándome el brazo por la frente quitándome el sudor que hace una semana pedí unas mascarillas negras que iban a conjunto con mi traje, y me reí. Esa noche no pude descansar, cada vez que cerraba los ojos veía a el pobre anciano muriendo de sufrimiento al ser devorado por las llamas.

 

A la mañana siguiente el casero me despertó aporreando la puerta, exigiendo el dinero del alquiler, ya le tenía cabreado porque no había podido pagar los dos meses anteriores, así que ya no tenía excusa. Como no tenía dinero, tuve que regalarle el reloj Rolex que heredé de mi padre, valorado en 640 euros. Fue una gran pérdida sentimental, pero era necesaria. A los dos minutos, unos sutiles toques sonaron en mi puerta, al abrirla, me encontré otra caja, pero ni rastro de ningún repartidor. No recordé haber pedido nada por internet, así que comprobé la dirección y verdaderamente estaba escrita la mía. Un escalofrío recorrió mi cuerpo recordando el traumatizante suceso del día anterior. Me dispuse a abrirla. No me lo podía creer…una réplica del reloj que acababa de regalar al casero se encontraba ahí, en la caja. Mi mente se inundó de preguntas: ¿Tenía esto algo que ver con lo de ayer? ¿Hasta dónde puedo llegar con esto?, no pude responder a ninguna.

Mi mujer…perdón. Mi ex mujer me llamó esa tarde para recordarme la reunión con el abogado para hacer oficial nuestro divorcio y dejar claro quién poseería la custodia del niño. Al llegar a la reunión mis ojos se volvieron llorosos al contemplar a mi hijo correr hacia mí gritando y extendiendo los brazos para abrazarme. Pero todo se derrumbó cuando el abogado me comunicó que no podía tener la opción de ver ni cuidar a mi hijo por la denuncia de maltrato que recibí y por la falta de dinero. Todo por lo que vivía ya no estaba…Desamparado, me dispuse a volver a mi hogar.

Al volver a mi piso me encontré con otra caja en la entrada, la metí adentro para abrirla en otro momento. Lo primero que hice fue intentar olvidar con un poco de alcohol…dos botellas de vino. Mientras me ahogaba en mi deprimente vida recordé la caja de la entrada. Al abrirla encontré envuelta en cartón una pistola Glock-19 con un set de balas. Todo estaba en silencio mientras miraba en detalle el arma de fuego que inexplicablemente había llegado hasta ahí. Muchos pensamientos vagaron por mi cabeza al tener la pistola en mis manos: El sentido de mi vida, la ira y las ganas de venganza que tenía hacia mi ex mujer…” Con esto puedo conseguir lo que quiera”- dije. Rápidamente, mi sentido común rechazo esas terroríficas ideas y me obligue a ir a comisaría a la mañana siguiente a devolver el arma. Y eso hice.

La tristeza invadía mi cuerpo como un tumor maligno. No había un momento en todo el día que olvidase las risas de mi hijo. Cuando volví al trabajo mi jefe me llamó a su despacho. Todos mis compañeros me miraban fríamente y susurraban a mis espaldas. “A llegado a mis oídos que has sido denunciado por maltrato infantil” el ambiente se volvió frío y la mirada de mi superior amenazaba con matarme a puñetazos o algo peor, me despedí – “Estás despedido, no puedes trabajar ni un solo día más en esta empresa”.

Todo estaba en silencio. Salí a la calle para asimilar lo que acababa de pasar. Los cláxones de los coches, el hombre rogando por comida, las gotas de lluvia…no se oía nada.

 

No tenía motivos por los que vivir. Entré por última vez a mi piso, donde me encontré otra caja. Dentro de ella se encontraba una manta roja, la misma manta roja que tiempo atrás llevaba ese misterioso anciano. Al poco tiempo, me echaron del piso por no poder pagarlo y me fui a la calle. Ahí encontré un callejón donde resguardarme del frío con mi manta. Esperé… esperé sentado con las piernas cruzadas, mirando pacientemente a la pared que tenía en frente. Esperé… a que mi destino se cumpliese.

 

Fin.

 

Como podéis comprobar, tenenos con Tytus un gran escritor en ciernes.

Saludos a todos. Alberto.

 

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